A seis años de llegar al límite temporal que nosotros mismos nos impusimos, es decir, el cumplimiento de la Agenda 2030 con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, es evidente que la preocupación por el medio ambiente y la sustentabilidad ocupan un lugar de relevancia sin precedentes. Actualmente, estamos presenciando una revolución verde que busca abordar el problema del plástico. Las empresas están en una carrera por encontrar soluciones más regenerativas e ir más allá de la sustentabilidad tradicional, para reducir la producción y el uso de plásticos convencionales.

En este contexto, han surgido en el mercado las alternativas biodegradables y/ o biobasadas como los bioplásticos que se perfilan como una solución prometedora en distintas industrias, sobre todo en la de los empaques y embalajes.

A diferencia de los plásticos tradicionales, que se fabrican completamente a partir de materias primas fósiles y tienen una huella de carbono considerable, los bioplásticos ofrecen una opción más ecológica. 

No solo mantienen la funcionalidad del plástico convencional, sino que además generan una menor huella de carbono en diferentes etapas de su ciclo de vida. Los bioplásticos que son biodegradables van un paso más allá, al contribuir significativamente a la reducción de la contaminación por acumulación de residuos.

Estos materiales se biodegradan y reintegran a la naturaleza en cuestión de meses, a diferencia de los plásticos convencionales que pueden tardar décadas o incluso siglos en degradarse.

Sin embargo, es importante destacar que el concepto de biodegradación sigue siendo un concepto relativamente nuevo y, en muchos casos, poco conocido. Es esencial comprender qué implica realmente cuando se dice que un empaque es biodegradable. 

Despejemos primero el concepto: la biodegradación es el proceso mediante el cual un material pierde su masa a lo largo del tiempo, gracias a la acción de hongos y microorganismos que lo utilizan como fuente de energía y alimento. Este proceso transforma el material en biomasa, agua y CO2. 

Esta biodegradación puede darse en diferentes condiciones ambientales: en presencia de oxígeno (aerobia), donde se considera el compostaje, también en ausencia de oxígeno (anaerobia) y en ambientes marinos. 

Existen diferentes normativas internacionales que, basadas en los criterios antes descritos, utilizan métodos estandarizados para medir la biodegradación en estas diferentes condiciones. 

En México, nos regimos por la norma NMX-E-273-NYCE-2019, que establece métodos de determinación de la Biodegradación, métodos para medir grado de desintegración durante el composteo, identificación de efectos negativos sobre el proceso de composteo e identificación de efectos negativos sobre la calidad de la composta, incluyendo la presencia de altos niveles de metales y otros componentes dañinos. 

Los estudios y validaciones de un empaque funcionan como una garantía científica para que los consumidores estén informados y puedan tomar decisiones orientadas a la responsabilidad ambiental.

Además, este tipo de estudios, generan un efecto dominó en el mercado, motivando a otras empresas a adoptar prácticas más sostenibles. Al contar con la validación de instituciones acreditadas, los productos biodegradables ganan una ventaja competitiva significativa. Un estudio de percepción de plástico y consumo de empaques de Latinoamérica realizado por La Vulca & Netquest reveló que el 77% de los consumidores necesitan pruebas concretas para creer en algo y las certificaciones juegan un papel clave en esta decisión. En América Latina, un estudio de Kantar Worldpanel encontró que los Eco-Considerers, personas que están muy sensibilizados con el medioambiente y consumo de plástico, representan un tercio de la población latina, incluso en algunos países son el 40% de la población, por lo que hay un mercado para conquistar con información clara.

Es fundamental entender que la sostenibilidad no es solo una tendencia pasajera, sino una necesidad urgente para la preservación de nuestro planeta. Las universidades, certificadores internacionales y otras instituciones académicas desempeñan un rol crucial en este proceso, no solo realizando investigaciones y pruebas, sino también educando a las futuras generaciones sobre la importancia de la sostenibilidad y las prácticas ecológicas. Al colaborar con estas instituciones, las empresas pueden asegurarse de que sus productos no solo son innovadores, sino que también están alineados con los últimos avances científicos y tecnológicos en el campo de la sostenibilidad.